sábado, 10 de abril de 2021

Ciclo B - Pascua - Domingo II

 11 de abril de 2021 - II DOMINGO DE PASCUA - Ciclo B

 

                         "¡Señor mío y Dios mío!"

 

Hechos 4,32-35

 

      En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo 

poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.

      Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho

valor.

      Todos eran muy bien vistos. Ninguno pasaba necesidad, pues los que

poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a

disposición de los Apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba

cada uno.

 

I de Juan 5,1-6

 

      Queridos hermanos:

      Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el

que ama a Aquel que da el ser, ama también al que ha nacido de Él.

      En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y

cumplimos sus mandamientos.

      Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que

vence al mundo: nuestra fe; porque, ¿quién es el que vence al mundo, sino el

que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

      Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con

agua, sino con agua y con sangre: y el Espíritu es quien da testimonio,

porque el Espíritu es la verdad.

 

Juan 20,19-31

 

      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los

discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y

en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

      -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.

Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

      -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

      -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les

quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.

      Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando

vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

      -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó:

      -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en

el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

      A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con

ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

      -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás:

      -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi

costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

      Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío!- Jesús le dijo:

      -¿Porque has visto has creído? Dichosos lo que crean sin haber visto.

      Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús

a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús

es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su

Nombre.

 

Comentario

 

      La exclamación de Tomás, el discípulo incrédulo-creyente, ante el Señor

resucitado es el punto final y culminante de toda la narración del cuarto

evangelio sobre el camino de fe recorrido por los discípulos de Jesús después

de su muerte en cruz. En el cap. 20 de este evangelio encontramos la

experiencia de fe de la Magdalena, de Pedro y del otro discípulo, de los

apóstoles y, finalmente, de Tomás.

      Mucho podría decirse sobre la personalidad de Tomás desde el punto de

vista psicológico, pero la escena del "octavo día" narrada por el evangelista

tiene un valor eminentemente teológico. Se trata de narrar una de las muchas

"señales", escritas "para que vosotros creáis que Jesús es el Mesías" (Jn

20,30).

      Con su acto de fe, punto final de un sufrido proceso, Tomás se suma a

los doce, es decir, a los que "han visto" al Señor (Jn 20,25). En su caso

aparecen claras dos características esenciales de la fe: es un don y es un

acto personal. El hecho de que sea el Señor quien sale al encuentro del

discípulo incrédulo con una aparición "suplementaria" atestigua el primer

aspecto y la confesión personalizada (Señor "mío" y Dios "mío") subraya el

segundo.

      Y es en esta fe de los apóstoles, al mismo tiempo personal y

comunitaria, que tiene por objeto al Hijo de Dios, quien nos remite en último

término al Padre (cfr. 2ª. lectura), y que desemboca en el amor a Dios y a los

hermanos, en la que se funda nuestra fe. La fe primigenia de los apóstoles

tiene ese valor testimonial insustituible. Ellos son los que han visto. Sobre

ella se apoya la de quienes no hemos visto.

      Esta fe en el Hijo de Dios que se hizo hombre sólo es posible gracias

al testimonio interno del Espíritu Santo, "porque el Espíritu es la verdad"(I

Jn 5,6), es decir actualiza y hace que podamos apropiarnos hoy de la verdad

que es Jesús.

 

La fe de Nazaret

 

      La pretensión de evidencia con la que Tomás manifiesta su incredulidad

("si no toco, no creo... "), nos lleva, por contraste, a los primeros

testigos de nuestra fe: María y José. Ellos, como los apóstoles, oyeron,

vieron y palparon (I Jn 1,1) al Verbo de la vida.

      Nuestra fe se apoya también, de otro modo, en su testimonio, pues así

como la fe de Tomás y sus compañeros nos garantiza la identidad entre el

crucificado y el resucitado (tocar con el dedo en la señal de los clavos),

del mismo modo, el testimonio de José y de María es la garantía, el sello,

de que el Hijo de Dios se ha hecho hombre.

      Ese es el primer criterio para discernir la verdad de la fe. "Toda

inspiración que confiesa que Jesús es el Mesías venido ya en la carne mortal

procede de Dios, y toda inspiración que no confiesa a ese Jesús, no procede

de Dios" (I Jn 4,3).

      El realismo al que nos lleva la incredulidad de Tomás, es el mismo al

que nos lleva la fe de María y de José, que presenciaron de tan cerca los

primeros pasos del Hijo de Dios en este mundo. "Estando allí le llegó el

tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito: lo envolvió en pañales

y lo acostó en un pesebre" (Lc 2,7).

      La fe de los apóstoles, vista a la luz de la de María y José, se sitúa

en la misma línea que va, por obra del Espíritu Santo, de la constatación de

lo que se ve y se toca a la confesión de lo que no se ve, pero es capaz de

cambiar la vida de las personas.

      No por eso es menos importante el elemento material sobre el que se

apoya la fe. Contra la tendencia a exagerar el valor de lo trascendente hasta

despreciar lo sensible, está esa humildad de la fe cristiana que reconoce la

importancia de los signos, los cuales comportan un elemento material.

Recordemos el aforismo usado por los padres de la Iglesia: "Caro cardo

salutis", la carne es el quicio de la salvación.

      Con María y José, con Tomás y los otros apóstoles, con tantos otros que

"no vieron" hoy se nos invita nuevamente a dar el salto de la fe y creer en

Jesús, el Hijo de Dios resucitado que nació en el tiempo para salvarnos.

 

¡Cuántas veces nos perdemos, Señor, como Tomás,

por los caminos tortuosos

de nuestra inteligencia y de nuestro corazón,

ávidos de evidencias, pero alejados de los hermanos!

Llévanos hoy tú,

con la acción firme y suave de tu Espíritu,

al recinto de la fe, al lugar donde te manifiestas,

con las puertas cerradas,

con las llagas en las manos, los pies y el corazón.

Abre nuestros ojos,

nuestras manos, nuestros pies y nuestro corazón

a la fe y al amor.

 

Nuestra fe

 

      Hay una lógica clara en la Palabra de Dios proclamada en este domingo

que lleva desde la fe en Cristo resucitado al amor fraterno y al compromiso

para construir la comunidad. Si la escuchamos de verdad nos sentiremos

invitados a abandonar nuestra automarginación para pasar, como Tomás, de la

incredulidad a la fe.

      Pero esta fe, que es en un primer momento un dejarse alcanzar por la

gracia, un postrarse ante el Señor y confesarlo como Hijo de Dios, pasa ense-

guida a un compromiso de solidaridad y de testimonio. Tomás estaba con los

otros cuando Jesús se apareció al borde del lago de Galilea (Jn 21) y en el

cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo (Hech 1).

      La Palabra de Dios nos llama hoy a una vida renovada, a pasar de la

vida según la carne a la vida según en el Espíritu, a dar testimonio de haber

encontrado al Señor en compañía de los hermanos.

      El mundo necesita el testimonio concreto, el realismo de la carne (como

en la encarnación, como en la resurrección) de nuestro testimonio individual

y comunitario. Esta es la fe que vence (I Jn 5,3). Quien no cree, necesita

hoy ver realizaciones concretas de la caridad que tengan la fe como

motivación. Ojalá entendiéramos hoy que son inseparables en nuestra vida los dos

gestos en los que se vive la fe: el postrarse ante el Señor y el compartirlo

todo con los demás.

 

VOLVER ANAZARET - TEODORO BERZAL hsf

No hay comentarios:

Publicar un comentario