sábado, 1 de mayo de 2021

Ciclo B - Pascua - Domingo V

2 de mayo de 2021 - V DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B

 

                             "Yo soy la vid verdadera"

 

Hechos 9,26-31

 

      En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con

los discípulos, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo.

Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles.

      Saulo les contó cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre

de Jesús.

      Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén predicando

públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos

de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos,

lo bajaron a Cesarea y lo hicieron embarcarse para Tarso.

      Entre tanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría.

Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba

animada por el Espíritu Santo.

 

I de Juan 3,18-24

 

      Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la

verdad. En esto conocemos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra

conciencia ante El, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios

es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.

      Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante

Dios; y cuanto pidamos lo recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos

y hacemos lo que le agrada.

      Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo

y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó.

      Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en Él; en esto

conocemos que permanece en nosotros por el Espíritu que nos dio.

 

 Juan 15,1-8

 

      En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

      -Yo soy la vid y mi Padre es el labrador, a todo sarmiento mío que no

da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto.

      Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced

en mí y yo en vosotros.

      Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid,

así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

      Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo

en Él; ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.

      Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se

seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

      Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis

lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis

fruto abundante; así seréis discípulos míos.

 

Comentario

 

      Como la imagen del buen pastor, también la de la vid nos coloca de

inmediato y de forma intuitiva, ante el núcleo central de la vida cristiana.

Se nos habla simultáneamente de la relación existente entre Cristo y los

cristianos y de la que se da entre Jesús y el Padre.

      En la misma línea de los otros discursos de despedida recogidos por el

cuarto evangelio, Jesús revela su identidad a través de una expresión fuerte:

"Yo soy". Y al igual que el adjetivo "bueno" aplicado a pastor tenía un matiz

polémico con los "asalariados", también en la alegoría de hoy, Jesús se

presenta como la vid "verdadera", quizás aludiendo a la tradición bíblica que

presentaba al pueblo de Israel comparándolo con la vid (Cfr. Is. 5,1-7; Jer

2,21; Ez 17,1-10; Sal 80). Jesús es, así, el nuevo y verdadero Israel, de

quien el Padre puede estar contento y al que hay que estar unido para recibir

la savia de la vida nueva.

      En la segunda parte del texto evangélico la atención se desplaza hacia

"los sarmientos". Se pasa, pues, al lenguaje exhortativo: "dar fruto",

"permaneced en mí". Se pone el acento en dos aspectos fundamentales: la

salvación es gratuita (viene del tronco a los sarmientos) pero al mismo

tiempo se deja toda la responsabilidad a éstos últimos. El lenguaje

escatológico y condenatorio del v. 6 ("los echan al fuego y los queman"),

subraya esa responsabilidad.

      Se trata, pues, de "dar fruto abundante" permaneciendo unidos a Cristo.

En los versículos siguientes a los que hoy se leen en la liturgia se explica

que " cumpliendo mis mandamientos", es decir, que la unión con la vid que es

Cristo, se realiza en los hechos de la vida de cada día, no sólo con

palabras. Y éste es precisamente el tema que desarrolla la 2ª. lectura ("Hijos

míos, no amemos sólo con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad"

I Jn 3,18) y que el autor de los Hechos de los apóstoles ve realizado en la

comunidad primitiva, la cual gozaba de "la paz".

 

"Permanecer" en Nazaret

 

      La figura de la vid, como la del árbol en general sugiere en primer

lugar la idea de estabilidad. Ese significado natural queda subrayado en el

evangelio de hoy por la insistencia de Jesús en el "permanecer" unidos a la

vid.

      El verbo griego menein = permanecer, seguir, quedarse, es típico de

cuarto evangelio y es usado siempre para designar esa relación profunda

existente entre Cristo y sus discípulos. Ya en el A. T. se habla de la fe

como elemento esencial de la relación estable entre Dios y su pueblo: "Si no

creéis, no subsistiréis" (Is 7,9).

      La larga permanencia de Jesús en Nazaret educa y reposa hoy nuestra

mirada en la figura de la viña para penetrar todo su significado. Cuando

Jesús habla hoy de permanecer unidos a Él tiene presente la inconstancia de

muchos que lo habían seguido en un primer momento y luego le [D1] abandonaron

como testimonia el mismo evangelio de Juan (Cfr cap. 6,66). Por otra parte

Él había explicado las condiciones para que la palabra sembrada dé fruto.

      Por eso tendría también ante los ojos la limpia fidelidad de su madre

y de S. José. Ellos habían perseverado, habían permanecido fieles durante

todo el período de Nazaret; "Su madre conservaba en su corazón el recuerdo

de todo aquello" (Lc 2,52). Nosotros podemos ver en ellos "los dos olivos y

los dos candelabros que están en la presencia del Señor de la tierra" (Ap.

11,4; Zac. 4).

      La fe, cuando dura en el tiempo y se traduce en obras, se llama

fidelidad y ese es el testimonio fundamental que recibimos de Nazaret cuando

leemos el evangelio de la viña. Frente a tantas infidelidades, pasadas y

recientes, la "estabilidad" de los testigos de Nazaret nos invita a dejar que

corra de forma permanente la vida que fluye constantemente de Cristo hacia

nosotros y se transforme en acciones concretas.

      Esa "permanencia" es la condición de la fecundidad. Dar frutos sólo es

posible cuando las raíces son fuertes y sanas y cuando el tiempo ha permitido

el desarrollo de la planta y la maduración del fruto. No es, pues, tiempo

muerto el tiempo de Nazaret, sino testimonio de una vida que fluye siempre,

aun en los momentos en que nada se ve.

 

Corra abundante, Señor, la savia de tu Espíritu Santo

por tus vástagos para que se alegre el corazón del Padre

que con tanto amor te ha plantado y nos cuida.

Queremos celebrar hoy

y alegrarnos con los frutos que has dado

desde el árbol de la cruz

y unirnos cada vez más a ti,

para que cuando el Padre nos pode,

sepamos, como tú, dejarle hacer

 ponernos confiadamente entre sus manos.

 

"Permanecer"

 

      Permanecer, seguir con Jesús, estar unidos a Él, es la condición

indispensable para dar frutos, para cumplir nuestra misión y, en definitiva,

para ser eficaces.

      Desde nuestros muchos quehaceres, desde nuestros muchos planes de

acción, de pastoral, de formación, es bueno, con el evangelio de hoy visto

desde Nazaret, pararnos a considerar que lo primero es estar unidos a Cristo,

si queremos hacer algo que valga la pena. El canal por donde fluye la vida

que produce frutos es nuestra relación con Él, nuestra relación duradera,

permanente, constante.

      Como en otras ocasiones, vienen así valorizados para una verdadera

eficacia, todos esos momentos de apertura a Él sólo, de oración, de

permanencia y aguante en el dolor y en frustración vividos con fe, que tan

inútiles nos parecen a veces.

      "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,6). Vivir hoy en el pleno sentido

de la palabra es aceptar que no hay una relación directa e inmediata entre

nuestro hacer y los frutos que de ello resultan. La maduración y la cosecha

"acontecen" no sin nosotros ciertamente, pero sí en modos y tiempos muy

distintos a lo que podemos pensar.

      Celebramos hoy la vida, los frutos, que vienen no sólo del momento de

la floración, sino también del momento de la poda y del largo invierno

durante el cual en apariencia nada se mueve.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

  

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