sábado, 29 de mayo de 2021

Ciclo B - Santísima Trinidad

 30 de mayo de 2021 - SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD – Ciclo B

 

        "... en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"

 

Deuteronomio 4,32-34. 39-40

 

      Habló Moisés al pueblo y dijo:

      -Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde

el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un

extremo al otro del cielo palabra tan grande como esta?, ¿se oyó cosa

semejante?, ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del

Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó

jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas,

signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes

terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en

Egipto?

      Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único

Dios allá  arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda

los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz,

tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor

tu Dios te da para siempre.

 

Romanos 8,14-17

 

      Hermanos:

      Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de

Dios.

      Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para renacer en el

temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba!

(Padre).

      Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos

hijos de Dios; y si somos hijos también herederos, herederos de Dios y

coherederos con Cristo.

 

Mateo 28,16-20

 

      En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que

Jesús les había indicado.

      Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

      Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

      -Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced

discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del

Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he

mandado.

      Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del

mundo.

 

Comentario

 

      En esta solemnidad de la Santísima Trinidad la fe que hemos recibido

en el bautismo nos lleva al silencio extasiado ante el misterio de Dios y a

la palabra serena que busca comprender mejor para vivir más intensamente.

      El texto conclusivo del evangelio de Mateo que la liturgia nos

presenta, se articula en dos partes: la narración de la última aparición del

resucitado que conduce a los once (=nuevo Israel) al monte de Galilea y el

envío.

      La intervención de Jesús en esta segunda parte da fuerza al mandato

misionero porque el envío se hace con la autoridad plena que Él ha recibido

del Padre y, al mismo tiempo, ensancha el panorama de la salvación

ofreciéndola a todas las naciones.

      La fórmula trinitaria en la administración del bautismo, que recoge la

práctica de la Iglesia primitiva, resume toda la revelación del misterio de

Dios hecha por Jesús en el evangelio. El Padre es el origen del ser y de la

misión de Cristo y el Espíritu Santo es su continuador después de la Pascua.

Esta centralidad de Cristo y la presencia permanente que asegura a sus

discípulos es una fuerte invitación a entrar, a través de Él, en el misterio

de Dios y a mantener una relación de amor con el Padre y de docilidad al

Espíritu Santo. Esa es la condición de vida de todos los que reciben el bau-

tismo y se comprometen a practicar todas sus exigencias.

      Esa cercanía e intimidad con Dios, ya anunciada en el texto del

Deuteronomio (1ª. lectura) encuentra su pleno cumplimiento en la realidad

nueva que crea el bautismo en el hombre. Desde ella el cristiano se siente

verdaderamente hijo de Dios, en su único Hijo; Y esto con una confianza total

que viene del hecho de haber recibido el Espíritu Santo. Quienes se dejan

guiar por Él, esos son verdaderamente hijos de Dios.

 

La familia de Nazaret

 

      La revelación que Dios ha hecho de sí mismo, no se ha efectuado

solamente con palabras, sino también con hechos. (Cfr. D. V. 2).

      En el evangelio que hoy leemos asistimos a uno de esos momentos cumbre

en los que Jesús nos lleva a penetrar en el misterio divino nombrando juntas

a las tres personas de la Trinidad en su afán común de salvar al hombre. Pero

es también significativo para penetrar en ese mismo misterio que Él haya

vivido durante treinta años en una familia.

      La familia se basa en la donación recíproca de las personas y crea una

comunión de vida en la que el individuo encuentra el clima y el estímulo

adecuado para madurar y para cumplir su misión. Toda familia que vive esa

relación de amor es al mismo tiempo imagen y participación de la Trinidad.

Pero esa imagen y participación toca su  ápice en la familia formada por

Jesús, María y José en Nazaret, porque Jesús, Dios y hombre, forma parte al

mismo tiempo de la imagen y de la realidad representada.

      Entre la familia de Nazaret y la Trinidad hay una correlación que no

se basa sólo en la semejanza simbólica, como ocurre con todos los signos. .

En todos ellos, en efecto, hay algo en común entre la imagen y la realidad

que permite dar el paso de la una a la otra. En nuestro caso, la conexión es

mucho más profunda ya que la segunda persona de la Trinidad forma parte de

la familia de Nazaret.

      De este modo, la realidad humana de la familia es asumida en el grado

más alto, no sólo para representar y figurar lo que es el misterio de la

familia de Dios, sino también para revelarlo en su sentido más fuerte.

      Podemos decir que la Sagrada Familia es el rostro humano de Dios en la

pluralidad de las personas o el icono más perfecto de la Trinidad. Desde la

entrega recíproca de María y José, desde su paternidad y maternidad virginal

con respecto a Jesús, podemos siempre, pero sobre todo en este día vislumbrar

también el misterio insondable de la Trinidad. La Sagrada Familia se coloca

así en la vida del cristiano como trasparencia, como camino hacia el misterio

central de su fe. Desde la Sagrada Familia se va directamente hacia el cora-

zón de Dios.

 

Luz es el Padre.

Luz de luz es el Hijo.

Fuego es el Espíritu Santo.

Amor es el Padre.

Gracia es el Hijo.

Comunión es el Espíritu Santo.

Poder es el Padre.

Sabiduría es el Hijo.

Bondad es el Espíritu Santo.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

Trinidad Santa, te adoramos. (Liturgia bizantina)

 

La Trinidad y nosotros

 

      En el diálogo de la oración hay siempre un camino de ida y otro de vuelta,

de nosotros a Dios y de Dios a nosotros, o viceversa.

      A partir de la Palabra y a partir del Hecho de Nazaret hemos intentado

hoy acercarnos al misterio de la Trinidad. Pero hay que decir también que es

la Trinidad divina el punto clave para entender el misterio de la persona

humana y de toda forma de comunidad.

      En la trinidad cada persona es relación subsistente, es decir, pura

relación con respecto a las demás. Así en la familia divina todo es común:

el mismo amor, el mismo poder, la misma sabiduría, el mismo ser. Pero el

hecho de tenerlo todo en común, no significa que cada persona abandone su

identidad. Se da, pues, en la Trinidad la comunión en el más alto grado, pero

no la confusión.

      Y esta es la clave de la comunidad humana en cualquiera de sus

realizaciones: la posibilidad de la comunicación, de la donación recíproca,

sin perder la propia interioridad, la propia identidad. Toda persona se

realiza y llega a madurez en el juego de la vida que consiste en el dar y en

el recibir

Este es también el fundamento de la corresponsabilidad, de la participación,

de la interdependencia y solidaridad entre los miembros de una comunidad y

entre las varias comunidades humanas.

      Creado a imagen de Dios, el hombre sólo llega a serlo verdaderamente

cuando vive en sí mismo y en su relación con los demás la realidad del

misterio trinitario que es un misterio de amor.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

 

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