sábado, 5 de junio de 2021

Corpus Christi

 6 de junio de 2021 - SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - Ciclo B

 

                         "La sangre de la alianza"

 

Éxodo 24,3-8

 

      En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho

el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una:

      -Haremos todo lo que dice el Señor.

      Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó

temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las

doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor

holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre

y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó

el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual

respondió:

      -Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos. Tomó Moisés la

sangre y roció al pueblo, diciendo:

      -Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre

todos estos mandatos.

 

Hebreos 9,11-15

 

      Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su

templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir,

no de este mundo creado.

      No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia;

y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la

liberación eterna.

      Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas

de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles

la pureza externa; cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu

eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar

nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

      Por eso Él es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una

muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza;

y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

 

Marcos 14,12-16

 

      El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,

le dijeron a Jesús sus discípulos:

      -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

      El envió a dos discípulos, diciéndoles:

      -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua;

seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta:

¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?".

      Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con

divanes. Preparadnos allí la cena.

      Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que

les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

      Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió

y se lo dio, diciendo:

      -Tomad, esto es mi cuerpo.

      Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos

bebieron.

      Y les dijo:

      -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os

aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el

vino nuevo en el Reino de Dios.

      Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

 

Comentario

 

      Las lecturas de hoy ponen de manifiesto el significado de la eucaristía

como sacramento de la alianza de Dios con el hombre.

      A la descripción del rito que funda el pueblo de Israel como "pueblo

de Dios", sigue el relato de la institución de la eucaristía en la versión

del evangelio de Marcos. Por su parte el autor de la carta a los Hebreos nos

da la perspectiva histórica que permite el paso de la antigua Alianza a la nueva y

definitiva de Dios con los hombres mediante el sacrificio de Cristo.

      En la narración de la última cena de Jesús con los suyos están

germinalmente presentes todos los valores que la Iglesia ha ido descubriendo

a lo largo de los siglos en ese gesto único y maravilloso realizado por

Cristo antes de su pasión.

      La cena de Jesús representa una continuidad con la celebración pascual

judía en la que se hacía memoria de las maravillas realizadas por Dios.

Respetando ese cuadro tradicional, Jesús lo llena de un contenido nuevo. El

centro de atención no será ya el cordero inmolado y consumido como gesto de

comunión, sino Él mismo, cordero sin mancha entregado voluntariamente por

todos, que con su sangre pone un signo de liberación en las puertas de todos

los hombres.

      Los ritos antiguos cobran una valencia nueva desde el gesto de Jesús,

que anticipa su donación en el Calvario. Ya no se referirán a un pasado

lejano, sino al momento clave de la relación de Dios con el hombre que se

cumple en la cruz. Su sangre derramada, "en virtud del Espíritu eterno",

tiene un valor infinitamente superior al de los antiguos sacrificios.

Mediante la fe en su persona, el hombre puede entrar en comunión con Dios y

con sus hermanos y encontrar esa paz profunda consigo mismo "que purifica la

conciencia".

      De ahora en adelante no cabe, pues, otro sacrificio, ni otra alianza

ni otro mediador entre Dios y los hombres.

 

"... y prepararon la cena de Pascua"

 

      Al relato de la última cena precede en el evangelio el de su

preparación (el texto que se lee hoy en la liturgia omite los versículos

referentes a la traición de Judas). Ese relato preparatorio no sólo crea el

clima adecuado, sino que ofrece los elementos necesarios para decir que la

cena de Jesús se sitúa en la tradición hebrea.

      El hecho de que el evangelio dé ese relieve a la "preparación" de la

Pascua nos da pie para ir un poco más lejos en esa preparación y leer así ese

pasaje desde la experiencia de Nazaret.

      Los años de Jesús en Nazaret fueron, en efecto, fueron una inmersión

vital en las tradiciones cultuales y culturales de su pueblo. Ese es el

sentido más profundo de la encarnación que Nazaret nos descubre. El

crecimiento en edad del que habla Lucas supone el desarrollo físico del

cuerpo, y esto es ya una preparación al sacrificio de la cruz, según la

interpretación que da la carta a los Hebreos en un pasaje paralelo al que

leemos hoy en la liturgia: "Sacrificios y ofrendas no quisiste, en vez de eso

me has dado un cuerpo a mí" (10,5).

      Pero además, sólo la vivencia plena, repetida mil veces, del rito

pascual celebrado en familia pudo permitir a Jesús, al mismo tiempo vivir

todo su significado en la línea de la alianza antigua, y emplearlo para

significar su donación total por nuestra salvación. Es esta personalización

y apropiación del rito cumplida por Jesús a lo largo de los años y de forma

explícita en la última cena lo que le permitirá intuir las posibilidades

nuevas que podía tener como vehículo para transmitir el significado de su

gesto de entrega.

      Y es esa personalización del rito efectuada por Jesús lo que nos

permite ahora - en el tiempo de la Iglesia - ritualizar el gesto de Jesús en

la celebración eucarística. De esa forma la eucaristía nos enseña a vivir el

tiempo de Nazaret. Tiempo que ahora debe ser para nosotros el de la

apropiación personal del gesto de Jesús en el sacrificio de la cruz.

      La repetición del rito debería ir educando nuestra actitud interior de

donación a Dios y a los hermanos hasta el día que, como él, (son todos los

días) debamos cumplir el gesto fuera del rito, en cualquier circunstancia de

la vida.

 

Padre, cantamos en el Espíritu

el nuevo canto de bendición

porque Jesús, el Señor, ha reconciliado contigo,

mediante la sangre derramada en la cruz,

el universo entero.

Llenos de gozo por esta alianza nueva,

plena, definitiva,

te bendecimos porque estamos en paz contigo

y en paz entre nosotros.

 

Vivir la eucaristía

 

      La lectura de la Palabra hecha desde Nazaret nos enseña a vivir cada

día el sacramento de la nueva alianza. Con la fe incorporamos globalmente el

misterio en nuestra vida, pero ¿cuándo lograremos vivir todo lo que

significa?

      Nazaret nos invita a ese camino progresivo de asimilación (de

inculturación) y personalización de la fe. Todo está en la eucaristía: el

amor de Dios, su diálogo con los hombres, el fundamento de la comunión entre

los cristianos, el sentido de la misión, la tensión de unidad y de salvación

universal... todo esta en la eucaristía, pero nosotros somos limitados y

necesitamos tiempo para ir apropiándonos todos sus valores. Lo importante es

que sepamos interpretar la vida como un camino hacia la eucaristía y como un

camino desde la eucaristía. "Fuente y cumbre, dice el Vaticano II.

      La fuerza del sacramento viene en ayuda de nuestra debilidad y de

nuestra limitación. Si nos abrimos a él, nos irá conquistando poco a poco.

Entrar en la nueva alianza es la cuestión fundamental de la vida cristiana

y en ella nos introduce el sacramento de la eucaristía.

      A nuestro esfuerzo por participar en el sacramento corresponde la

acción divina que va trasformando progresivamente nuestro hombre viejo hasta

hacernos llegar a ese corazón nuevo, lleno de fe y de amor, que vemos ya

realizado en Cristo y hacia el que caminamos.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

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