sábado, 24 de julio de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XVII

 25 de julio de 2021 - XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                                           "Jesús tomó los panes... "

 

-2Re 4,42-44

-Sal 144

-Ef 4,1-6

-Jn 6,1-15

 

Juan 6,1-15

 

      En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea

(o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que

hacía con los enfermos.

      Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

      Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó

los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe:

      - ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?

      (Lo decía para tantearlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer)

      Felipe contestó:

      - Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un

pedazo.

      Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:

      - Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de

peces, pero, ¿qué es eso para tantos?

      Jesús dijo:

      - Decid a la gente que se siente en el suelo.

      Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran

unos cinco mil.

      Jesús Tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los

que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.

      Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:

      - Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.

      Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco

panes de cebada que sobraron a los que habían comido.

      La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:

      - Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.

      Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey,

se retiró otra vez a la montaña, Él solo.

 

Comentario

 

      En lugar de la narración de la multiplicación de los panes como la

presenta Marcos, la liturgia interrumpe la lectura continua de este evangelio

e introduce durante varios domingos la versión, más larga y articulada, que

ofrece el cuarto evangelio de ese mismo relato.

       En este domingo se ofrece la narración del milagro y en los próximos

la interpretación del signo realizado con el discurso de Jesús sobre "el pan

de vida" en la sinagoga de Cafarnaún. El conjunto tiene un evidente

significado cristológico y eucarístico, sin que sea fácil deslindar un tema

del otro.

      Algunas anotaciones nos ayudarán a leer con mayor atención el evangelio

de hoy, introducido ya por la lectura del antiguo Testamento en la que Eliseo

da de comer a mucha gente con un número reducido de panes.

      Jesús, sanando a los enfermos y distribuyendo el pan, sale al encuentro

de las necesidades concretas de la gente, pero, al mismo tiempo, trata de

hacer comprender el significado de los milagros que hace y estimula a quienes

creen en Él a tener hambre de otras cosas: a abrirse plenamente a la fe y a

emprender una vida en la que sólo Dios puede, en definitiva, colmar las

necesidades más importantes del hombre.

      Jesús realiza el milagro en diálogo con sus discípulos y con la gente

que lo rodea. No de una forma espectacular, sino usando los medios a

disposición y utilizando lo que ya existe.

      El gesto de multiplicar el pan debe ser entendido a la luz de los

acontecimientos del Éxodo. Dios colma la necesidad del pueblo dándole el

maná, pan del cielo. Jesús evoca así la figura de Moisés. Pero su gesto no

es sólo memoria de un pasado, anuncia también una maravilla aún más grande

que se cumplirá en la Pascua. El evangelio da explícitamente esta referencia

temporal: "Se acercaba la Pascua... " (6,4). Y las palabras y los gestos

de Jesús son los mismos que los otros evangelistas emplean para narrar la

institución de la eucaristía.

      Jesús atrae todos a sí ("lo seguía mucha gente" 6,2) y no se opone a

la voluntad del Padre, que un día lo glorificará, pero no siguiendo el camino

que algunos querían. Por eso sabe también desprenderse de las pretensiones

de la multitud y quedarse solo.

 

"Cinco panes de cebada"

 

      Entre las muchas pistas de reflexión que nos ofrece el evangelio de

hoy, hay una que nos ayuda a leerlo desde Nazaret.

      El gesto de contar con aquellos cinco panes de cebada y los dos peces

secos que el chiquillo puso a su disposición corresponde con la experiencia

de todo lo humano que Jesús hizo en la pequeña aldea de Galilea.

      El pan de cebada era alimento de los pobres y de los esclavos. Producto

de escaso valor, pero sobre todo, escaso en cantidad para saciar a aquella

multitud. En opinión del discípulo Felipe, "ni medio año de jornal bastaría

para que a cada uno le tocara un pedazo".

      Unos de los aspectos principales del "signo" está precisamente en la

desproporción entre el pan disponible y la multitud saciada. A ello hay que

añadir los doce cestos de las sobras que hablan de la abundancia de los dones

de Dios en la época mesiánica.

      Pero el lado "nazareno" del milagro está en haber contado con lo poco

y de escaso valor a los ojos humanos para realizar la obra de Dios. Esa

delicadeza "divina" de contar con lo humano para salvar al hombre se inscribe

en el gran gesto de la encarnación, que es asumir lo humano, con todos sus

límites, para comunicar a todos una gracia ilimitada.

      La exigüidad de los medios, de que es claro testimonio la vida de

Nazaret (pequeñez de la aldea, insignificancia del trabajo allí realizado,

escaso horizonte cultural, etc), forma parte de los cinco panes de cebada que

Dios toma para cumplir su designio de salvar a todos.

      Lo que importa no es tanto la limitación de los medios (Dios puede

sacar hasta de las piedras hijos de Abrahán), cuanto el abrirse a la acción

divina. Lo poco de Nazaret y de los panes se hace de gran valor entre sus

manos.

      Ese será el signo de que allí está " el gran Profeta que tenía que

venir al mundo" (Jn 6,14). Él es quien nos revela el modo de ser de Dios,

quien ahora ya no crea más cosas de la nada, sino que cuenta ante todo con

la colaboración humana para realizar sus obras.

 

Te bendecimos, Padre,

por la maravilla del pan abundante para todos.

Te bendecimos porque has querido sacarlo

del hogar de Nazaret y lo has dado

a la multitud hambrienta y dispersa

para formar la familia de los creyentes.

Danos hambre de la Palabra y del Espíritu

para que se cumpla en nosotros

el signo del pan ofrecido desde nuestra pobreza

y distribuido desde tu liberalidad.

 

Presentar nuestro pan

 

      La Palabra nos lleva a vivir la eucaristía no como una celebración que

se agota en sí misma, sino como un estilo de vida del que el momento

celebrativo es a la vez "fuente y culmen"

      Presentar nuestro pan, el pan de la miseria, expresión de nuestra

pobreza, para que Dios realice su obra, es la actitud fundamental que nos

enseña hoy la contemplación "nazarena" de la Palabra. Quizá sea ese el

milagro-signo que más necesitamos hoy: compartir el pan. Es decir, no

contentarnos con ser beneficiarios del milagro, sino contribuir a realizarlo.

      La doctrina social de la Iglesia presenta el problema de la distri-

bución justa de los bienes de la tierra como un problema ético y no sólo

técnico o económico. Porque lo que más importa es ganar la conciencia del

hombre al movimiento del compartir. De modo que el principal paso está dado

cuando las personas abandonan la actitud egoísta de quedarse con lo que

tienen, con sus panes, y los ponen a disposición de todos.

      Y lo que vemos con una cierta lucidez en el ámbito mundial tiene las

mismas dinámicas de aplicación en ambientes más reducidos y en todos los

aspectos de la vida. Pensemos en nuestra ciudad, en nuestra comunidad.

      Leer la Palabra de Dios nos compromete. Leerla, escucharla, vivirla en

la eucaristía es empezar a dar ese paso que nos abre a la comunidad desde los

límites de nuestro ser para permitir que Dios haga el signo de la

multiplicación de los panes en nuestra vida.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

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