sábado, 4 de septiembre de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XXIII

 5 de septiembre de 2021 - XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

 

                                                        "Effetá: ábrete"

 

-Is 35,4-7

-Sal 145

-St 2,1-5

-Mc 7 31-37

 

Marcos 7,31-37

 

      En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón,

camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un

sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.

      Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos

y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y dijo:

      - Effetá.

      (Esto es: "Abrete")

      Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la

lengua y hablaba sin dificultad.

      Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba,

con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

- Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

 

Comentario

 

     El mensaje de la Palabra de Dios en este domingo se centra en la salva-

ción liberadora que Dios ofrece en Cristo a todos los hombres.

      Esta liberación es anunciada por el profeta Isaías (1ª. lectura) en tono

festivo presentándola como un nuevo éxodo en el que Dios se compromete con

su pueblo y lo lleva a su tierra; es también la nueva creación en la que el

hombre es restaurado en su dignidad primitiva y liberado de todo lo que le

degrada y le oprime.

      El caso concreto de la curación del sordomudo que presenta el

evangelio, puede ser vista como la realización plena de lo que anunciaba el

profeta. En Cristo, Dios sale al encuentro del hombre y lo salva. En ese

sentido es emblemática la figura del sordomudo, pues, Marcos lo presenta de

tal modo que puede ser la imagen de cualquier hombre o del hombre sin más

calificativo.

      Los detalles de la narración cobran así un alto valor significativo;

En primer término el lugar donde acontece el milagro, en plena Decápolis,

tierra de paganos, lleva a ver en este personaje anónimo un símbolo del

paganismo, incapaz de abrirse a la salvación. La doble enfermedad: sordera

y mutismo dejan ver la reprensión de Jesús hacia la cerrazón de sus

discípulos, aspecto particularmente acentuado en Marcos (Cfr. Mc 7,18;

8,17-18), sobre todo si se compara con la fe de la mujer sirofenicia de la

que se habla inmediatamente antes (Cfr. Mc 7,24-30).

      Pero lo más interesante es el proceso seguido en la curación, visto

como itinerario del creyente que llega a la salvación en Cristo; El sordomudo

es "presentado" (la salvación es un don que pide una colaboración). Jesús lo

lleva aparte, lejos de la gente (personaliza su intervención) y lo cura

inmediata y totalmente. El milagro lleva al "secreto", a saber quién es

realmente Jesús y a proclamarlo abiertamente.

      Esa línea de acercamiento al hombre y liberación de lo que le esclaviza

llevada a cabo por Dios en Cristo es la misma que la 2ª. lectura recomienda

a todo cristiano.

 

Un cuerpo y una casa

 

      La lectura de la Palabra de Dios desde Nazaret, lugar donde Dios se

encarna, nos lleva a fijarnos en dos aspectos que hoy quedan explicitados de

una manera particular. La liberación salvadora que Jesús trae, toca al hombre

ante todo en su corporalidad.

      A través de los detalles narrativos de Marcos en el evangelio y de la

descripción de la intervención salvadora de Dios hecha por Isaías, se

advierte cómo es el cuerpo del hombre, aspecto de la persona que revela

mayormente su debilidad, el que recibe de forma inmediata la liberación:

"Entonces se despegarán los ojos del ciego y los oídos del sordo se

abrirán... " (Is 35,5). "Se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de

la lengua... " (Mc. 7,35).

      El haber asumido un cuerpo es lo que permite a Cristo intervenir en

nuestro favor desde la condición más humilde del hombre. Así lo dice la carta

a los Hebreos: "Como los suyos tienen todos la misma carne y sangre, también

Él asumió una carne como la ellos, para, con su muerte, reducir a la

impotencia al que tenía dominio sobre la muerte, es decir, al diablo" (2,14).

El realismo con que Marcos describe el milagro operado por Jesús nos lleva

a pensar cómo el poder de Dios actúa sirviéndose del cuerpo como instrumento:

"Le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con la saliva" (7,34).

Los comentaristas ven en ese modo de proceder una alusión a la acción de Dios

para liberar a su pueblo de manos del faraón (Ex 8,15). San Efrén dice: "El

poder de Dios, que nosotros no podemos tocar, ha bajado a la tierra y ha

tomado un cuerpo, para que nuestra debilidad pudiera alcanzarlo y llegar a

la divinidad tocando la humanidad. El sordomudo curado por Cristo sintió que

sus dedos de carne tocaban los oídos y la lengua. Pero cuando se le soltó la

lengua y se le abrieron los oídos, a través de aquellos dedos accesibles a

sus sentidos, llegó a la divinidad, que era inaccesible".

      La renovación profunda que Dios opera en el hombre que toca tiene

también un reflejo en el medio ambiente que lo rodea; Es lo que Isaías

intenta expresar poéticamente mostrando cómo, cuando Dios interviene, el

desierto hostil e inculto se transforma en un jardín por donde el pueblo

transita alegremente hacia la tierra prometida. El hombre salvado encontrará

así una casa donde habitar con sus compañeros de camino. Ninguna imagen

traduce mejor la salvación completa que Dios nos da en Cristo.

 

Señor Jesús, que todo lo haces bien,

que haces oír a los sordos y hablar a los mudos,

nos presentamos ante ti con nuestros hermanos los hombres

que necesitan tu liberación.

Señor, mete tus dedos, signo del poder de Dios,

en nuestra boca y en nuestros oídos

para que se cure nuestra sordera y nuestro mutismo.

Que sepamos escuchar lo que el Padre nos dice

y cantar las maravillas que tú operas

en nosotros y en todos.

 

Vivir la liberación

 

      El hombre sanado por Jesús como nos es presentado en el evangelio de

hoy, nos recuerda esa dimensión liberadora de la acción de Dios en nuestra

vida y en la que nosotros mismos debemos entrar para bien nuestro y de los

demás.

      Vivir la liberación en su sentido más radical y profundo, es ante todo

aceptarla como don de Dios que ha creado libre al hombre a su imagen y

semejanza. Entrar en el proceso de liberación que el evangelio nos presenta

es ayudar al hombre a recobrar su integridad y dignidad plena partiendo de

lo más inmediato (la corporeidad disminuida o atrofiada) hasta llegar a la

dimensión más profunda que es la fe en Cristo.

      Ese proceso, en el que debemos sentirnos implicados, a la vez como

sujetos activos y pasivos, es el que lleva a reconocer la verdadera identidad

de Jesús y de su acción. Él, como se dice de Dios en el libro del Génesis,

"hace bien todas las cosas".

      El punto de llegada del proceso de liberación que debe alimentar

nuestra esperanza es una creación nueva en la que todo hombre recobra su

dignidad de persona humana y de hijo de Dios. Es lo que alienta a la

comunidad de seguidores de Jesús que no puede contener la alegría y rompe el

secreto proclamando que Él es el Señor y que es Él quien (hoy también por

medio nuestro) hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

      Este es el camino que Dios mismo ha elegido prefiriendo "a los que son

pobres a los ojos del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del

Reino" (Sant. 2,5).

 

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

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