12 de septiembre de 2021 - XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B
"Tú eres el Mesías"
-Is 50,5-9
-Sal 114
-St 2,14-18
-Mc 8,27-35
Marcos 8,27-35
En aquel tiempo,
Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de
Cesarea de Filipo; por el camino
preguntó a sus discípulos:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
- Unos, Juan Bautista, otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Pedro le contestó:
- Tú eres el Mesías.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos.
- El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado
por los senadores, sumos sacerdotes y
letrados, ser ejecutado y resucitar a
los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte
y se puso a increparlo. Jesús se
volvió, y de cara a los discípulos increpó
a Pedro:
- ¡Quítate de mi vista, Satanás!
¡Tú piensas como los hombres, no como
Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
- El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera
salvar su vida la perderá; pero
el que pierda su vida por el Evangelio
la salvará.
Comentario
Las lecturas de este domingo tienen como tema predominante el de la
mesianidad de Jesús, que se perfila a
través del anuncio de Isaías y, sobre
todo, por las palabras de Jesús en el
evangelio.
Con la confesión de Pedro (Mc 8,29), llegamos al punto central y al
corazón mismo del evangelio de Marcos.
Situada a mitad de camino entre la
afirmación inicial del evangelista
(1,1) y la profesión de fe del centurión
después de la muerte de Jesús (15,39),
la manifestación de fe de los
discípulos, expresada por boca de San
Pedro, revela el contenido del "secreto
mesiánico".
La escena evangélica de Cesarea de Filipo es un ejemplo admirable de
catequesis dada por Jesús, quien guía a
sus discípulos y oyentes a la verdad.
Contrariamente a la costumbre, es Él
quien formula la pregunta inicial. Luego
escucha y confirma la respuesta
verdadera dada por Pedro, y previene contra
los posibles errores de interpretación.
Pero además saca las consecuencias
prácticas para quien dice creer:
"El que quiera venirse conmigo... " (8,35).
La figura del Mesías que emerge de las palabras de Jesús difieren de la
Imagen que los judíos de su tiempo
tenían en general y está en contraste con las
interpretaciones oficiales de los
grupos dirigentes ("senadores, sumos
sacerdotes y letrados" 8,31). De
ahí nace la crisis que irá intensificándose
a lo largo de las páginas del evangelio
y que se saldará con la pasión y la
muerte de Jesús.
Frente al modo de proceder de
Pedro, que después de su confesión toma
aparte a Jesús y le habla movido
únicamente por "impulso humano", éste
declara "abiertamente el
mensaje" proponiendo a todos esa fe que salva y que
compromete la vida entera. Se muestra
así como el verdadero Mesías, que
escucha y sufre, pero lleno de esa
presencia de Dios que da una confianza
plena y lo hace inquebrantable (2ª.
lectura).
El seguimiento que Jesús pide está directamente marcado por esa
comunión con su persona que debe llevar
al discípulo a compartir su destino,
lo que comporta una negación de sí
mismo y un "perder la vida" por Él. En eso
consiste la fe verdadera.
El escándalo de Nazaret
La segunda intervención de Pedro en el evangelio de hoy muestra bien
a las claras cómo la fe en Jesús es un
don de Dios y cómo existe un modo de
ver las cosas y de razonar que no
corresponde a sus designios. San Pablo
habla del escándalo que supone para los
Judíos la cruz de Cristo (ICo 1,23)
y más adelante dice: "El hombre de
tejas abajo no acepta la manera de ser del
Espíritu de Dios, le parece una
locura" (ICo 2,14).
En la misma línea podría hablarse de un "escándalo de
Nazaret", incluso
para algunos cristianos. Les parece
injustificado, desproporcionado y hasta
escandaloso que el Hijo de Dios, venido
a la tierra para traer la buena nueva
de la salvación, se encierre en un
silencio incomprensible viviendo por
muchos años en una oscura aldea de
Galilea.
Quienes así piensan quizá se atreverían a proponer un programa de vida
diferente para el Mesías. No comprenden
que el camino elegido, ya desde
entonces, es el que un día llevaría a
decir a Jesús: "Este hombre tiene que
padecer mucho: tiene que ser rechazado
por los senadores, sumos sacerdotes
y letrados, ser ejecutado y resucitar a
los tres días" (Mc 8,31); En realidad
ya desde su infancia el anciano Simeón
lo había presentado como "bandera
discutida" (signo de
contradicción) para que quede patente lo que todos
piensan" (Lc 2,35).
En Nazaret se va ya perfilando esa
figura de Mesías marcado por la
escucha y la obediencia, atento sólo a
la voluntad del Padre, con la actitud
filial del siervo de Yavé (1ª.
lectura), que se muestra completamente
disponible al proyecto de Dios sobre su
vida. Son éstas las características
que le llevan, a su debido tiempo, a
asumir el sufrimiento, no sólo como un
aspecto inherente a toda existencia
humana, sino como acto de amor redentor
que conduce a ofrecer la vida por los
demás.
De la experiencia de escucha y de silencio, propias del siervo de Yavé,
pasó Jesús a exponer "con una
lengua de iniciado" el mensaje del Evangelio,
supo decir una palabra de aliento al
abatido y se presentó decidido al
momento de dar su vida por todos (Is
50,4).
Señor
Jesús, tú eres el Mesías,
el
Hijo del hombre y el siervo de Yavé
con
el oído abierto y la lengua suelta.
Tú
has padecido por nosotros;
danos
esa fe sincera y esa fuerza interior
capaz
de cargar, como tú, con nuestra cruz
y
con la de los demás.
Caminando
tras tus huellas,
descubriremos
que en ti está la salvación
porque
quien te sigue
"no
camina en las tinieblas
sino
que tendrá la luz de la vida".
Perder y ganar la vida
El evangelio de hoy se concluye con la máxima de perder o ganar la
vida, y con ella nos invita a iluminar
concretamente nuestra vida con la luz
que viene de la Palabra.
El diálogo entre Jesús y Pedro desemboca en un compromiso serio para
toda la comunidad de los seguidores de
Jesús, como para indicar que la fe
verdadera, la fe confesada
explícitamente, tiene unas implicaciones
existenciales que afectan a todo
creyente. Esa es también la línea
fundamental de la 2ª. lectura: no hay
fe si no desemboca en las obras.
La comprensión y aceptación de la verdad sobre la mesianidad de Jesús
se expresa en lo concreto de la vida
con esa actitud básica del cristiano que
consiste en negarse a sí mismo y cargar
con la propia cruz. Es decir, frente
a la forma de vivir que pretende salvar
la propia vida confiando en uno
mismo, viendo la existencia como puro
resultado de las propias opciones y
decisiones, está ese otro modo de vivir
que confía totalmente en Dios, que
acepta la vida como don, que ve en el
dolor y en el sacrificio, en la
humillación y el ocultamiento, posibles
caminos para vivir el amor, el amor
redentor que salva a los otros, aunque
implique la pérdida de la propia vida.
Saber entrar en ese "juego"
de perder o ganar la vida es ponerse en el
camino de la fe verdadera. A ello nos
invita como preámbulo la experiencia
de Jesús en Nazaret con María y José.
Compartir ese género de vida es dar
pasos en la dirección de la entrega de
la propia vida. Comprenderlo es ya un
don del Espíritu Santo.
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf
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