sábado, 11 de septiembre de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XXIV

 12 de septiembre de 2021 - XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                                               "Tú eres el Mesías"

 

-Is 50,5-9

-Sal 114

-St 2,14-18

-Mc 8,27-35

 

Marcos 8,27-35

 

      En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de

Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:

      - ¿Quién dice la gente que soy yo?

      Ellos le contestaron:

      - Unos, Juan Bautista, otros, Elías, y otros, uno de los profetas.

      Él les preguntó:

      - Y vosotros, ¿quién decís que soy?

      Pedro le contestó:

      - Tú eres el Mesías.

      Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.

      Y empezó a instruirlos.

      - El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado

por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a

los tres días.

      Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte

y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó

a Pedro:

      - ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como

Dios!

      Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:

      - El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue

con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero

el que pierda su vida por el Evangelio la salvará.

 

Comentario

 

      Las lecturas de este domingo tienen como tema predominante el de la

mesianidad de Jesús, que se perfila a través del anuncio de Isaías y, sobre

todo, por las palabras de Jesús en el evangelio.

      Con la confesión de Pedro (Mc 8,29), llegamos al punto central y al

corazón mismo del evangelio de Marcos. Situada a mitad de camino entre la

afirmación inicial del evangelista (1,1) y la profesión de fe del centurión

después de la muerte de Jesús (15,39), la manifestación de fe de los

discípulos, expresada por boca de San Pedro, revela el contenido del "secreto

mesiánico".

      La escena evangélica de Cesarea de Filipo es un ejemplo admirable de

catequesis dada por Jesús, quien guía a sus discípulos y oyentes a la verdad.

Contrariamente a la costumbre, es Él quien formula la pregunta inicial. Luego

escucha y confirma la respuesta verdadera dada por Pedro, y previene contra

los posibles errores de interpretación. Pero además saca las consecuencias

prácticas para quien dice creer: "El que quiera venirse conmigo... " (8,35).

      La figura del Mesías que emerge de las palabras de Jesús difieren de la

Imagen que los judíos de su tiempo tenían en general y está en contraste con las

interpretaciones oficiales de los grupos dirigentes ("senadores, sumos

sacerdotes y letrados" 8,31). De ahí nace la crisis que irá intensificándose

a lo largo de las páginas del evangelio y que se saldará con la pasión y la

muerte de Jesús.

      Frente al modo de proceder de Pedro, que después de su confesión toma

aparte a Jesús y le habla movido únicamente por "impulso humano", éste

declara "abiertamente el mensaje" proponiendo a todos esa fe que salva y que

compromete la vida entera. Se muestra así como el verdadero Mesías, que

escucha y sufre, pero lleno de esa presencia de Dios que da una confianza

plena y lo hace inquebrantable (2ª. lectura).

      El seguimiento que Jesús pide está directamente marcado por esa

comunión con su persona que debe llevar al discípulo a compartir su destino,

lo que comporta una negación de sí mismo y un "perder la vida" por Él. En eso

consiste la fe verdadera.

 

El escándalo de Nazaret

 

      La segunda intervención de Pedro en el evangelio de hoy muestra bien

a las claras cómo la fe en Jesús es un don de Dios y cómo existe un modo de

ver las cosas y de razonar que no corresponde a sus designios. San Pablo

habla del escándalo que supone para los Judíos la cruz de Cristo (ICo 1,23)

y más adelante dice: "El hombre de tejas abajo no acepta la manera de ser del

Espíritu de Dios, le parece una locura" (ICo 2,14).

      En la misma línea podría hablarse de un "escándalo de Nazaret", incluso

para algunos cristianos. Les parece injustificado, desproporcionado y hasta

escandaloso que el Hijo de Dios, venido a la tierra para traer la buena nueva

de la salvación, se encierre en un silencio incomprensible viviendo por

muchos años en una oscura aldea de Galilea.

      Quienes así piensan quizá se atreverían a proponer un programa de vida

diferente para el Mesías. No comprenden que el camino elegido, ya desde

entonces, es el que un día llevaría a decir a Jesús: "Este hombre tiene que

padecer mucho: tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes

y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días" (Mc 8,31); En realidad

ya desde su infancia el anciano Simeón lo había presentado como "bandera

discutida" (signo de contradicción) para que quede patente lo que todos

piensan" (Lc 2,35).

      En Nazaret se va ya perfilando esa figura de Mesías marcado por la

escucha y la obediencia, atento sólo a la voluntad del Padre, con la actitud

filial del siervo de Yavé (1ª. lectura), que se muestra completamente

disponible al proyecto de Dios sobre su vida. Son éstas las características

que le llevan, a su debido tiempo, a asumir el sufrimiento, no sólo como un

aspecto inherente a toda existencia humana, sino como acto de amor redentor

que conduce a ofrecer la vida por los demás.

      De la experiencia de escucha y de silencio, propias del siervo de Yavé,

pasó Jesús a exponer "con una lengua de iniciado" el mensaje del Evangelio,

supo decir una palabra de aliento al abatido y se presentó decidido al

momento de dar su vida por todos (Is 50,4).

 

Señor Jesús, tú eres el Mesías,

el Hijo del hombre y el siervo de Yavé

con el oído abierto y la lengua suelta.

Tú has padecido por nosotros;

danos esa fe sincera y esa fuerza interior

capaz de cargar, como tú, con nuestra cruz

y con la de los demás.

Caminando tras tus huellas,

descubriremos que en ti está la salvación

porque quien te sigue

"no camina en las tinieblas

sino que tendrá la luz de la vida".

 

Perder y ganar la vida

 

      El evangelio de hoy se concluye con la máxima de perder o ganar la

vida, y con ella nos invita a iluminar concretamente nuestra vida con la luz

que viene de la Palabra.

      El diálogo entre Jesús y Pedro desemboca en un compromiso serio para

toda la comunidad de los seguidores de Jesús, como para indicar que la fe

verdadera, la fe confesada explícitamente, tiene unas implicaciones

existenciales que afectan a todo creyente. Esa es también la línea

fundamental de la 2ª. lectura: no hay fe si no desemboca en las obras.

      La comprensión y aceptación de la verdad sobre la mesianidad de Jesús

se expresa en lo concreto de la vida con esa actitud básica del cristiano que

consiste en negarse a sí mismo y cargar con la propia cruz. Es decir, frente

a la forma de vivir que pretende salvar la propia vida confiando en uno

mismo, viendo la existencia como puro resultado de las propias opciones y

decisiones, está ese otro modo de vivir que confía totalmente en Dios, que

acepta la vida como don, que ve en el dolor y en el sacrificio, en la

humillación y el ocultamiento, posibles caminos para vivir el amor, el amor

redentor que salva a los otros, aunque implique la pérdida de la propia vida.

Saber entrar en ese "juego" de perder o ganar la vida es ponerse en el

camino de la fe verdadera. A ello nos invita como preámbulo la experiencia

de Jesús en Nazaret con María y José. Compartir ese género de vida es dar

pasos en la dirección de la entrega de la propia vida. Comprenderlo es ya un

don del Espíritu Santo.

 

VOLVER A NAZARET -  TEODORO BERZAL hsf

 

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