sábado, 30 de octubre de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XXXI

31 de octubre de 2021 - XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                                "¿Qué mandamiento es el primero de todos?"

 

-Dt 6,2-6

-Sal 17

-Heb 7,23-28

-Mc 12,28-34

 

      Marcos 12,28b-34

 

      En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó:

      ¿Qué‚ mandamiento es el primero de todos?

      Respondió Jesús:

      El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único

Señor: amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con

toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo

como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos.

      El letrado replicó:

      Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo

y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el

entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más

que todos los holocaustos y sacrificios.

      Jesús, viendo que había respondido sensatamente le dijo:

      No estás lejos del Reino de Dios.

      Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

 

Comentario

 

      El evangelio de hoy nos presenta una de las dos intervenciones de Jesús

en el templo de Jerusalén en diálogo con sus oponentes. Hoy se trata de la

cuestión sobre el principal mandamiento.

      La lectura del Deuteronomio presenta ya uno de los textos a los que se

alude en el evangelio y por tanto prepara al oyente a una mejor comprensión

de las palabras de Jesús. Este no se limita, sin embargo, a repetir lo que

los judíos consideraban como el fundamento de su fe: el Shema Israel repetido

cada día en la oración; Citando el Levítico 19,18, Jesús pone al lado del

primero un segundo mandamiento y el evangelista, rompiendo toda lógica

gramatical, dice textualmente: "No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Mc

12,31).

      La novedad de la enseñanza de Jesús está pues, no tanto en haber

resuelto una cuestión que en las escuelas rabínicas de su tiempo se

disputaban sobre la reducción a un único precepto de los 613 que habían

encontrado en el Pentateuco, sino más bien en compenetrar el mandamiento

referido a Dios con el referido al amor al prójimo, haciendo de los dos uno

solo.

      El declarar ambos mandamientos "el más grande" no supone, sin embargo

una confusión. Leyendo en detalle las palabras de Jesús, está bien claro que

el amor al prójimo es el segundo mandamiento. No se pueden, pues confundir,

pero tampoco separar ambos aspectos de la vida. Esa es también la conclusión

a la que llega razonablemente el letrado en su segunda intervención: "Amar

a Dios... y amar al prójimo... vale más que todos los sacrificios".

      Dichas en el recinto del templo, esas últimas palabras tienen un mayor

sentido crítico contra el formalismo del culto, pero leídas a la luz de la

respuesta de Jesús dicen bien claramente cómo el amor debe ser la raíz

fundamental que anime y motive las relaciones del hombre tanto con Dios como

con su prójimo. El primer mandamiento, en el sentido evangélico precisado m s

arriba, no sólo está por encima de los demás, sino que los comprende y anima

a todos.

 

                          El misterio de Nazaret

 

      El misterio de Nazaret es, ante todo, el misterio de la encarnación de

Dios. Hoy meditamos sobre cómo de los dos mandamientos, el del amor a Dios

y el del amor al prójimo, Jesús hace uno sólo, pero sin confundirlos.

      Una luz para entender mejor esto podemos encontrarla también en el

misterio de la encarnación, pues en ella se funda la unidad del amor a Dios

y del amor al hombre. Es más, podemos decir que es Dios quien ha realizado

en Cristo esa unidad.

      Ciertamente la unión que se ha efectuado en la encarnación entre la

divinidad y la humanidad es un misterio que escapa a nuestra capacidad de

comprensión. Es demasiado grande para poder expresarlo con nuestras palabras.

Las más viejas fórmulas de la fe reconocen en Cristo una unión verdadera y

perfecta y no una combinación de dos personalidades o entidades distintas,

de manera que, aún conservando todas las propiedades de la divinidad y de la

humanidad, se rechazaba todo dualismo.

      No cabe duda de que hay no sólo un paralelismo formal, sino una hilazón

profunda entre el misterio de la encarnación y la unión entre los dos

mandamientos en que se resume toda la ley y los profetas. Solo el hombre que

era al mismo tiempo Dios podía revelarla de modo perfecto.

      En Nazaret se cumplió de forma misteriosa, pero en toda su plenitud ese

amor a Dios y al hombre en un mismo impulso. Podemos decir que allí, en la

oscuridad de la fe, el amor al hombre (Jesús) era amor a Dios y viceversa.

      María y José‚ que estuvieron implicados en primera persona en los

eventos de la encarnación del Verbo, son también los primeros testigos de esa

situación nueva en la que Dios viene a nosotros en el signo de la humanidad

real y a través de ese mismo signo el hombre accede a Dios.

 

      Como en el misterio de la encarnación, también en el doble mandamiento,

queda siempre el peligro de enfatizar de tal modo la unión que se llegue a

la confusión o en forma exagerada la distinción hasta llegar a la separación

y el dualismo. Los mismos desastres que se han las herejías en el plano de

la formulación de la fe, pueden producirse siempre en el de la vida

cristiana, si no se integran bien ambos aspectos.

      La praxis humilde de Nazaret nos enseña a amar a Dios que se presenta

como niño, como joven, como hombre, y nos enseña a amarlo precisamente en el

misterio que se encierra en Él.

 

Señor Jesús, Dios y hombre verdadero,

necesitamos que tu nos enseñes

que "el Señor, nuestro Dios, es uno solo",

para que nunca pongamos a su lado ningún otro.

sólo ese Dios, uno y trino, que tu revelas,

debe acaparar todo el amor

de nuestras fuerzas, de nuestra mente

y de nuestro corazón.

Muéstranos tu,

como experiencia viva que revela el Espíritu Santo

en nuestro interior,

cómo ese es el camino para amar a nuestros hermanos

con todo el corazón, con toda la mente

y con todas las fuerzas.

 

                          Amar a Dios y al hombre

 

      Los profetas de nuestro tiempo no se cansan de repetir que el drama de

la sociedad contemporánea está en haber separado el comportamiento humano de

la fe, de la ética, de la religión; en definitiva, el hombre de Dios.

      Los esfuerzos de comunicación entre ambos mundos parecen pequeños ante

ese proceso gigantesco que trata de fundar una ‚tica, una sociedad y un

porvenir para la humanidad apoyándose únicamente en la razón y en las

posibilidades de desarrollo y organización del hombre.

      Si somos sinceros, tenemos que reconocer que en cada uno de nosotros

existe esa tendencia a separar el amor a Dios y el amor al hombre, a hacer

dos mundos con leyes completamente independientes, a encauzar nuestras vidas

por dos vías paralelas que no se encuentran nunca.

      La Palabra de Dios nos invita hoy a descubrir que el amor al hombre es

auténtico solamente cuando Dios ocupa el primer puesto en nuestra vida. sólo

amando a Dios de todo corazón y aprendiendo de Él a amar, podemos amar al

hombre respetándolo en su alteridad, dejándolo que sea lo que él es como

persona y no pretendiendo servirnos de él. Es lo que Dios hace con nosotros

cuando, con su amor, nos da la existencia y funda nuestra libertad.

      La unión, sin confusión, de los dos amores está en el camino de la

encarnación, que el mismo Dios empezó en Nazaret.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

  

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