domingo, 12 de diciembre de 2021

Ciclo C - Adviento - Domingo III

 12 de diciembre de 2021 - III DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo C

 

                                    "Estad siempre alegres"

 

 

      Sofonías 3,14-18a

 

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo

corazón, Jerusalén.

      El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.

      El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.

      Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión, no desfallezcan tus manos.

      El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.

      El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en

día de fiesta.

 

      Filipenses 4,4-7

 

      Hermanos:

      Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres.

      Que vuestra mesura la conozca todo el mundo.

      El Señor está cerca.

      Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica

con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios .

      Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros

corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

 

      Lucas 3,10-18

 

      En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

      - ¿Entonces qué‚ hacemos?

      El contestó:

      El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que

tenga comida, haga lo mismo.

      Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:

      - Maestro, ¿qué hacemos nosotros?

      - El les contestó:

      - No exijáis más de lo establecido.

      Unos militares le preguntaron:

      - ¿Qué hacemos nosotros?

      El les contestó:

      - No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino

contentaos con la paga.

      El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería

Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:

      - Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no

merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu

Santo y fuego: tiene en la mano la horquilla para aventar su parva y reunir su

trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

      Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la

Buena Noticia.

 

Comentario

 

      La lectura del evangelio de san Lucas sobre la predicación de Juan

Bautista va precedida este domingo de la del profeta Sofonías (3,14-18) y de

la de San Pablo a los Filipenses (4,4-7) que ha caracterizado y dado el tono,

tradicionalmente, al tercer domingo de adviento.

      Leemos en Sofonías: "El Señor tu Dios es dentro de ti un soldado

victorioso que goza y se alegra contigo, renovando tu amor, se llena de

júbilo por ti, como en día de fiesta" (3,16-17). La salvación es descrita por

el profeta como paso del llanto a la alegría. Transformación que se opera por

la presencia de Dios, de un Dios lleno de alegría y de júbilo en medio de su

pueblo. Más allá del efecto que produce la presencia de Dios en medio de su

pueblo podemos ver un rasgo propio de Dios quizá demasiado olvidado: Dios es

alegre, mejor aún, Dios es alegría. Su presencia jubilosa renueva el amor de

su pueblo.

      Teniendo esto presente, parece natural la exhortación de San Pablo a

los filipenses y a todos los que viven en el Señor: estad siempre alegres en

el Señor. La alegría es la señal que mejor muestra la condición de quien se

siente salvado por el Señor. Es la manifestación de la paz del alma y de la

comunión entre los hermanos. Es uno de los criterios clave para discernir la

autenticidad de cualquier opción cristiana sea individual o colectiva.

      Los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas están bañados por

esta alegría pura e intensa que produce la llegada del Mesías. alegría de los

ángeles y los pastores, de Simeón y de Ana, de María y de José. Jesús es el

gran esperado y cuando llega lo inunda todo con su luz y alegría, aunque ya

en el horizonte se dibuje el misterio de la cruz.

      En el pasaje del evangelio de este día, Lucas nos muestra al pueblo en

espera: el pueblo estaba en vilo preguntándose si no sería Juan el Mesías".

      Bien sabemos que no todo era trigo limpio en la esperanza mesiánica del

pueblo de Israel, pero en su raíz más profunda y mejor, representa el ansia

de salvación de todo hombre.

      La pregunta de la gente que rodea a Juan es la misma que la de la

muchedumbre de Jerusalén después de Pentecostés: "¿Qué tenemos que hacer?"

Lc 3,10 g Hch 2,37. Y en los dos casos el camino propuesto es el mismo:

conversión y bautismo en el Espíritu Santo. Juan Bautista muestra a cada uno

el punto neurálgico de su conversión, Pedro da una respuesta global, pero el

fondo de la cuestión es el mismo.

      El bautismo con el Espíritu Santo que Cristo realiza, transforma

radicalmente a la persona, colma todas sus esperanzas, la orienta de modo

definitivo hacia Dios. La efusión del Espíritu Santo anunciada por los

profetas renueva por dentro al hombre, cambia su corazón, le hace capaz de

ser hijo de Dios, le comunica la verdadera alegría: una alegría que nadie

puede arrebatar.

 

                            A la luz de Nazaret

 

      María, aquella a quien se dijo: "Alégrate, llena de gracia", y José

vivieron largos años con Jesús en Nazaret.

      "Con alegría comienza el mensaje de la alegría", comenta Sofronio de

Jerusalén en su comentario sobre la Anunciación. La alegría que causa la

llegada del Mesías domina todo el evangelio de la infancia de Cristo. Los

autores ven un estrecho paralelismo entre el texto de Sofonías que antes

hemos comentado y el pasaje de la anunciación (Lc 1,28-33). Y en Lucas el

tema de la alegría va unido al de la efusión del Espíritu Santo, por lo que

el grupo de los pobres de Yahvé que rodea al Salvador recién nacido es el

preanuncio de la Iglesia postpentecostal de los primeros capítulos del libro

de los Hechos.

      El velo de silencio que cubre los años de Nazaret no puede ocultar a

nuestros ojos el dinamismo de una vida plena y gozosa. Es la vida humilde y

sencilla de quienes han visto, como Simeón, la salvación de Dios. Esa alegría

plena que colma todas las esperanzas de Simeón, que hizo saltar a Juan

Bautista en el seno de su madre, que animó también a los pastores cuando se

acercaban al pesebre, fue también vivida por María y la expresó de manera

sublime en el Magnificat ("Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se

alegra en Dios mi Salvador") y por José‚. El tiempo de Nazaret representa la

duración de esa experiencia inicial. Porque la alegría que produce la acogida

de la salvación de Dios no es una alegría pasajera, queda siempre en el alma

como un motivo de perenne renovación. El motivo básico de la alegría de

Nazaret fue la presencia permanente de Jesús, el Salvador.

      La prueba más patente de esto la tenemos cuando Jesús es echado en

falta. Cuando María y José‚ se dieron cuenta de su ausencia lo buscaron

"angustiados". Se había ocultado la causa de su alegría.

      La comunidad de Nazaret es una comunidad penetrada por la alegría

mesiánica. Es el grupo, todo lo minúsculo que se quiera, pero que se siente

portador de la salvación. Para esta comunidad germinal de Nazaret resonaron

con pleno derecho las palabras del profeta: "Alégrate, el Señor está en medio

de ti". Y el "siempre" de la exhortación paulina a la alegría recibe en la

larga duración de la experiencia nazarena una luz especial. La permanencia

en la alegría es quizá lo que más nos ayuda descubrir la fidelidad sostenida

de Nazaret.

 

                              Nuestra alegría

 

      La vida de Nazaret nos enseña cual es la causa de la alegría cristiana

y como se vive en medio de la normalidad de la vida.

      La llegada del Mesías es el mejor antídoto contra todos los mesianismos

que levantan las ilusiones para luego terminar en amargura y desilusión.

Viviendo como en Nazaret, sabemos siempre cual es la razón de nuestra

alegría: Jesucristo, único Salvador nuestro y de toda la humanidad.

      Quien contempla Nazaret, descubre con facilidad la trayectoria de la

propia vida. A la tumultuosa y exhuberante alegría de los comienzos de la

salvación, siguen los días tranquilos y calmosos del Nazaret de siempre.

      Esa es también la historia de muchas personas que acogen con gozo la

buena noticia, pero que necesitan los largos años de silencio y monotonía

para enraizar y madurar. El proceso de maduración de la vida, también de la

vida de Dios en nosotros, es lento y conoce a veces períodos de

estancamiento.

      La pedagogía divina lleva muchas veces de las alegrías de los comienzos

donde todo parece maravilloso a los períodos en que Él parece ocultarse. Es

bueno saberlo para no hacerse ilusiones, aunque uno no se llega a convencer

del todo hasta que no lo ha experimentado en su propia carne.

 

      Los años oscuros de Nazaret fueron importantísimos para Jesús, para

María y para José. De José nada sabemos después de Nazaret pero a María y a

Jesús los vemos completamente  dispuestos para recibir la acción del Espíritu

Santo y anunciar la buena nueva. La larga fidelidad de Nazaret ha dispuesto

a las personas para su misión. Es la mejor prueba de como se ha vivido la

espera.

      Nazaret nos enseña que para vivir la permanencia en la alegría hay que tener

siempre claros los motivos de la misma: la llegada del Salvador. Y con su

llegada el anuncio y cumplimiento de todos los bienes. Sabemos que Dios es

nuestro Padre, que el Espíritu Santo nos anima, que el evangelio se anuncia

a todas las gentes, que la Iglesia camina hacia la plenitud del reino. Cuando

la fuente de la alegría es ésta, hay siempre modo de recuperarla.

      La alegría de quien vive en Nazaret es una alegría mesiánica que sabe

que, a pesar de todo, las promesas de Dios se cumplen siempre.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

 

 

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