sábado, 26 de marzo de 2022

Ciclo C - Cuaresma - Domingo IV

 27 de marzo de 2022 - IV DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C

 

"Su padre lo vio de lejos y se enterneció"

 

 

Josué 5,9a.10-12

 

      En aquellos días, el Señor dijo a Josué:

      - Hoy os he despojado del oprobio de Egipto.

      Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer

del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.

      El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la

tierra: panes ácimos y espigas fritas.

      Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los

israelitas ya no tuvieron maná sino que aquel año comieron de la cosecha de

la tierra de Canaán.

 

Corintios 5,17-21

 

      El que es de Cristo es una creatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo

nuevo ha comenzado.

      Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo

y nos encargó el servicio de reconciliar.

      Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,

sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje

de la reconciliación.

      Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios

mismo os exhortara por medio nuestro.

      En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.

      Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que

nosotros, unidos a Él, recibamos la salvación de Dios.

 

Lucas 15,1-3.11-32

 

      En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores

a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ese acoge

a los pecadores y come con ellos.

      Jesús les dijo esta parábola:

      - Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre,

dame la parte que me toca de la fortuna.

      El padre les repartió los bienes.

      No muchos días después, el hijo menor, juntando lo suyo, emigró a un

país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo

había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él

a pasar necesidad.

      Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo

mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el

estómago de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie le daba de comer.

      Recapacitando entonces se dijo:

      - Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo

aquí me muero de hambre. Me pondré‚ en camino a donde está mi padre, y le di-

ré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme

hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros".

      Se puso en camino a donde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos,

su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se

puso a besarlo.

      Su hijo le dijo:

      - Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme

hijo tuyo.

      Pero el padre dijo a sus criados:

      - Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la

mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos

un banquete porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido

y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete.

      Su hijo mayor estaba en el campo.

      Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y

llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

      Este le contestó:

      - Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque

lo ha recobrado con salud.

      El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba

persuadirlo.

      Y él replicó a su padre:

      - Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden

tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis

amigos; y cuando ha venido este hijo tuyo que se ha comido tus bienes con

malas mujeres, le matas el ternero cebado.

      El padre le dijo:

      - Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías ale-

grarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido

y lo hemos encontrado.

 

Comentario

 

      El comienzo del cap. 15 del Evangelio de S. Lucas es importante para

comprender el sentido de las parábolas de la misericordia. Las tres compara-

ciones que Jesús pone tienen la finalidad de explicar su comportamiento con

los "recaudadores y descreídos" que "solían acercarse en masa a escucharle". 

      Pero más allá de la respuesta a la crítica de fariseos y letrados en

estas parábolas, y sobre todo en la que se lee hoy, Jesús muestra los rasgos

del Dios verdadero: Su actitud de acercamiento a los pecadores viene así

perfectamente esclarecida. Lo que está en juego en la parábola es la au-

téntica imagen de Dios y su relación con el hombre.

      "El hombre -todo hombre- es este hijo pródigo: hechizado por la

tentación de separarse del Padre para vivir independientemente la propia

existencia; caído en la tentación; desilusionado por el vacío, que como

espejismo, lo había fascinado; solo, explotado, deshonrado, mientras buscaba

construirse un mundo todo para sí; atormentado incluso desde el fondo de su

propia miseria por el deseo de volver a la comunión con el Padre. Como el

Padre de la parábola Dios anhela el regreso del hijo, lo abraza a su llegada

y adereza la mesa para el banquete del nuevo encuentro, con el que se festeja

la reconciliación." (Reconciliatio et paenitentia n§ 5).

      La segunda parte de la parábola se centra en la actitud del hijo mayor

ante el retorno de su hermano y la acogida que su padre le dispensa. Fiel y

cumplidor, seguro de sí mismo y cerrado a su hermano, será él el obstáculo

para que se celebre la fiesta de familia.

      "El hombre -todo hombre- es también ese hermano mayor. El egoísmo le

hace ser celoso, le endurece el corazón, lo ciega y lo hace cerrarse a los

demás y a Dios. La benignidad y misericordia del Padre lo irritan y enojan;

la felicidad del hermano hallado tiene para él un sabor amargo. También bajo

este aspecto él tiene necesidad de convertirse para reconciliarse"

(Reconciliatio et paenitentia n§ 6).

      La parábola refleja de modo admirable en su conjunto el gran amor de

Dios, nuestro Padre, que sale al encuentro del hombre y le ofrece la reconci-

liación, el perdón, la dignidad recobrada, el banquete de la felicidad

eterna. Por otra parte muestra también la condición del hombre y la posibili-

dad de su doble acogida del amor de Dios y de conversión representada por el

hijo que vuelve y por el hijo que se quedó en casa pero sin comprender el

amor del Padre.

 

En Nazaret

 

      En Nazaret fue acogido de modo inigualable el amor misericordioso de

Dios que sale al encuentro del hombre pecador.

      El amor misericordioso de Dios no es un gesto abstracto que nadie ha

podido ver. En Jesús ese amor se ha hecho visible, palpable. Tanto amó Dios

al mundo que dio a su único Hijo para que tenga vida eterna" Jn 3,16.

      Y Jesús en Nazaret fue acogido como salvador de los hombres. Su nombre,

revelado a María (Lc 32) y a José (Mt 1,21) le vino dado "porque Él salvará

a su pueblo de los pecados" Mt 1,21. Los dos escucharon de labios de Simeón

la palabra que le proclamaba "Salvador" (Lc 2,30) y sabían, como Zacarías,

que en Jesús "por la entrañable misericordia de Dios, nos ha visitado el sol

que nace de lo alto".

      Para María y José‚ el gesto de misericordia de Dios hacia el hombre

tenía un nombre y una realidad muy concreta: era el Jesús que vivía con

ellos. Vivieron así la primera comunidad de salvación: comunidad que acoge

la salvación en Jesús y comunidad que ofrece a Jesús como salvador del mundo.

      Ellos, que jamás se marcharon de la casa del Padre, que nunca habían

roto con Él, supieron, sin embargo, comprender mejor que nadie el gesto

perdonador de Dios en Jesús y asumirlo de modo que la salvación llegara a

todos nosotros.

 

                                 Nosotros

 

      "Y todo eso es obra de Dios, que nos reconcilió consigo a través del

Mesías y nos encomendó el servicio de la reconciliación: quiero decir que

Dios mediante el Mesías, estaba reconciliando el mundo consigo" 2Co 5,18-19.

      Con los ojos fijos en Nazaret podemos comprender la profundidad de

estas palabras de San Pablo en este domingo en que meditamos sobre el Dios

misericordioso. La reconciliación es ante todo obra de Dios y se ha realizado

en Cristo. Son las dos afirmaciones fundamentales del texto citado.

      Si nos dejamos penetrar por ellas, tendremos que rectificar nuestra

tendencia habitual a pensar en nosotros mismos, en los pasos que tendremos

que dar para llegar a la reconciliación, en los obstáculos que nos separan

de Dios o del prójimo.

      La familia de Nazaret nos enseña que lo primero es mirar a Dios y

acoger con sencillez su gesto benevolente hacia el hombre. De este modo el

camino hacia la reconciliación (aunque a veces es costoso) se efectúa con

agradecimiento y alegría. La reconciliación es algo que se recibe en el

corazón antes de empezar a pensar cómo hacer para llegar a ella.

      Y la segunda gran realidad es que la reconciliación, toda reconcilia-

ción, se efectúa en Cristo. Como para María y José, también para nosotros el

Cristo muerto y resucitado y viviente hoy en la Iglesia, es la encarnación

concreta del gesto de gracia que Dios hace en nuestro favor.

      Jesús se nos ofrece como don de perdón y de misericordia, por eso en

último término acoger la misericordia de Dios es acoger a Cristo, es decir,

creer.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

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