sábado, 16 de abril de 2022

Ciclo C - Pascua de Resurrección

 17 de abril de 2022 - DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION – Ciclo C

 

                                  "Ellos lo habían reconocido al partir el pan"

  

   Hechos 10,34 a 37-43

     

      En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Vosotros conocéis lo

que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo,

aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por

Dios por la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando

a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él.

      Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén.

Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos

lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado:

a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.

      Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios

lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es

unánime: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los

pecados.

 

Colosenses 3,1-4

 

      Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí  arriba,

donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de

arriba, no a los de la tierra.

      Porque habéis muerto; y vuestra vida está  con Cristo escondida en Dios.

Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,

juntamente con Él, en gloria.

 

 

      Lucas 24,13-35

 

      Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la

semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén;

iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían,

Jesús en persona se acercó a ellos y se puso a caminar con ellos. Pero sus

ojos no eran capaces de reconocerlo. El les dijo:

      - ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

      Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba

Cleofás, le replicó:

      - ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha

pasado allí estos días?

      El les preguntó:

      - ¿Qué?

      Ellos le contestaron:

      - Lo de Jesús el Nazareno, que fue profeta poderoso en obras y palabras

ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y

nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros

esperábamos que Él fuera el futuro libertador de Israel. Y ya ves, hace dos

días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han

sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, y no encontraron su

cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de

 ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron

también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a

Él no le vieron.

      Entonces Jesús les dijo:

      - ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!

¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

      Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que

se refería a Él en toda la Escritura.

      Ya cerca de la aldea donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante,

pero ellos le apremiaron diciendo:

      - Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.

      Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el

pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron

los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció. Ellos comentaron:

      - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos

explicaba las Escrituras?

      Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron

reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha

resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les

había pasado por el camino y como lo habían reconocido al partir el pan.

 

Comentario

 

      Entre otras experiencias de fe en el Señor resucitado, el evangelio de

hoy nos transmite la de los dos discípulos que iban a Emaús. Es una expe-

riencia riquísima de contenido porque convergen en ella la presencia de

Cristo, la memoria de su pasión y muerte, el resumen de la vida y fama del

resucitado, la explicación e interpretación de las Escrituras por parte del

mismo Cristo y la fe de los discípulos que acompaña el gesto de partir el

pan. Esta página del Evangelio recoge ese ambiente único, repetido otras

muchas veces en el Nuevo Testamento, del surgir de la fe, de abrir los ojos

a la verdad, del empezar a creer. Es un momento maravilloso que se recuerda

siempre. En realidad no se acierta a explicar lo que sucede y algunos deta-

lles aparentemente sin ningún relieve empiezan a cobrar un significado

importantísimo.

      Dejándonos llevar por la experiencia de los dos de Emaús, podemos

nosotros también leer en lo que a ellos les aconteció, nuestro propio camino

de fe.

      En los dos de Emaús se produce ese cambio radical de quien se encuentra

personalmente con Jesús. Del escepticismo o la desesperanza, pasan a la

ilusión y a la fe. De hablar de un Jesús del pasado, muerto y acabado, pasan

al reconocimiento del Jesús viviente. De la desvaloración de todas las

pruebas que apuntan hacia la resurrección, a la aceptación de las mismas y

a la proclamación ante los demás.

      Pero este cambio radical no es fruto de un razonamiento, ni siquiera

de la argumentación de Jesús, que "comenzando por Moisés y siguiendo por los

profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura". El cambio

que ocurrió en ellos no tiene una explicación lógica: primero "estaban en

ascuas mientras les hablaba por el camino" y luego lo reconocen; es decir,

lo identifican con el crucificado del que habían hecho la descripción al

desconocido que se les unió en el camino, al verle partir el pan. "Se les

abrieron los ojos y lo reconocieron", eso es todo. Como para decir que la fe

es ante todo un don de Dios.

      El Dios que se hizo vecino del hombre, acampando entre nosotros en

Jesús, se hace ahora compañero de camino. Y más que eso, actúa misteriosamen-

te en el corazón del hombre para que abra los ojos a la verdad. Compañero de

camino, Jesús es también, mediante su Espíritu, el compañero del hombre por

dentro en el viaje que hace de la increencia a la fe.

 

                            La noche de Nazaret

 

      Los evangelios no nos dan noticia de la experiencia de María el día de

la resurrección. Sólo tenemos el detalle importantísimo de su presencia

activa en la primera comunidad cristiana en los días de Pentecostés.

      Para entender lo que sucedió aquel día lleno de luz, podemos fijarnos

en quienes estaban a su alrededor, pero podemos también regresar al tiempo

de Nazaret, al tiempo de la noche de Nazaret para descubrir con más pro-

fundidad el fulgor de la mañana de la pascua. Porque fue en Nazaret donde la

abeja fecunda elaboró la cera para hacer la lámpara preciosa que, aunque

distribuyese su luz, no mengua al repartirla: Cristo resucitado que al salir

del sepulcro brilla sereno para el linaje humano y reina glorioso por los

siglos de los siglos (Pregón pascual). La cera que se derritió en la antorcha

de la cruz para que la luz brillara el día de la pascua fue elaborada en

Nazaret poco a poco. Este es el sentido pascual del tiempo de Nazaret.

      La fe de María y de José‚ acogiendo al "compañero de camino" de toda

la humanidad, al "Hijo del Altísimo", al heredero de David que "reinará para

siempre en la casa de Jacob y su reino no tendrá fin" (Lc 1,32), al Salvador

colocado como "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,32), es el anticipo

de la fe post-pascual de los discípulos.

      El Vaticano II describe así la colaboración de María en la obra de la

redención: "Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo

en el templo al Padre, padeciendo con su hijo mientras Él moría en la cruz,

cooperó de forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza

y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las

almas. Por tal motivo es nuestra madre en el orden de la gracia" L.G. 61.

      La colaboración inicial, del tiempo de Nazaret, compartida con José‚

se sitúa en la misma línea del momento culminante de la cruz y de la

resurrección.

      El misterio pascual, visto desde Nazaret, da sentido a todo el trabajo

de la noche de Nazaret.

 

                            Vivir hoy la Pascua

 

      El misterio pascual es el origen y fundamento de toda fraternidad que

se base en la fe. No se puede vivir hoy en Nazaret prescindiendo del misterio

pascual, porque el asumir el estilo de vida de Nazaret no es un deseo más o

menos romántico o un modo de querer ser original. El estilo nazareno de vida

es modo cristiano de ser y como tal tiene su fundamento en el misterio

pascual de Cristo.

      La Pascua nazarena de después de Pentecostés es memoria viva de lo que

sucedió un día en Jerusalén, es celebración de lo que ocurre hoy entre noso-

tros y es anuncio de lo que un día será lo que hoy vivimos.

      Pero hay un modo nazareno de vivir la Pascua: consiste en volver a

creer como al principio, con toda sencillez, en reconocer a Cristo en el

gesto humilde de partir el pan, en leer toda la Escritura como referida a Él,

en aceptar una vida oscura como la del primer Nazaret sin saber cuando

brillará la luz, en afanarse como María y José‚ por dar vida y hacer que

crezca el hombre nuevo en nosotros y en los demás.

      La paz y la alegría son los dones pascuales que Cristo ofrece a los

hombres de hoy en cada comunidad que busca reproducir el modo de vida que

Jesús, María y José llevaron en Nazaret.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

 

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