sábado, 30 de abril de 2022

Ciclo C - Pascua - Domingo III

 1 de mayo de 2022 - III DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

 

                                       "¡Es el Señor!"

 

      Hechos 5,27b-32.40b-41

 

      En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles y les

dijo: ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En

cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos

responsables de la sangre de ese hombre.

      Pedro y los Apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a

los hombres. "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros

matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo

jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los

pecados". Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a

los que le obedecen.   

      Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y

los soltaron. Los Apóstoles salieron del Consejo, contentos de haber merecido

aquel ultraje por el nombre de Jesús.

 

      Apocalipsis 5,11-14

 

      Yo, Juan, miré y escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y

millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían

con voz potente: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la

riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza".

      Y oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la

tierra, en el mar, -todo lo que hay en ellos- que decían "Al que se sienta

en el trono y al Cordero la alabanza el honor, la gloria y el poder por los

siglos de los siglos".

      Y los cuatro vivientes respondían: Amén.

      Y los ancianos cayeron rostro en tierra, y se postraron ante el que

vive por los siglos de los siglos.

 

      Juan 21,1-19

     

      En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al

lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro,

Tomás apodado Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros

discípulos suyos.

      Simón Pedro les dice:

      - Me voy a pescar.

      Ellos contestaron:

      - Vamos también nosotros contigo.

      Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

      Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los

discípulos no sabían que era Jesús.

      Jesús les dice:

      - Muchachos, ¿tenéis pescado?

      Ellos contestaron:

      - No.

      El les dice:

      - Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

      La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

      - Es el Señor.

      Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la

túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca,

porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con

los peces.

      Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.

Jesús les dice:

      - Traed de los peces que acabáis de coger.

      Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta

de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió

la red.

      Jesús les dice:

      - Vamos, almorzad.

      Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque

sabían bien que era el Señor.

      Jesús se acerca, toma el pan y se los da; y lo mismo el pescado.

      Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después

de resucitar de entre los muertos.

      Después de comer dice Jesús a Simón Pedro:

      - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

      El le contestó:

      - Sí Señor, tú sabes que te quiero.

      Jesús le dice:

      - Apacienta mis corderos.

      Por segunda vez le pregunta:

      - Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

      El le contesta:

      - Sí Señor, tú sabes que te quiero.

      El le dice:

      - Pastorea mis ovejas.

      Por tercera vez le pregunta:

      - Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

      Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería

y le contestó:

      - Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

      Jesús le dice:

      - Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te

ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos,

otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras.

      Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.

      Dicho esto, añadió:

      - Sígueme.

 

Comentario

 

      El Evangelio de S. Juan en su última página cuenta la tercera aparición

de Jesús a sus discípulos en un relato cargado de símbolos y con detalles muy

significativos.

      Jesús se aparece a los apóstoles junto al mar de Tiberíades. Según el

Evangelio de S. Mateo, el mismo Cristo resucitado había dicho a las mujeres:

"Id a avisarles a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán" Mt 28,10.

Pero al principio no lo reconocen. Sólo después del milagro empiezan a darse

cuenta de quién se trata.

      El primero en reconocerlo es el discípulo amado. Quizá tenía los ojos

más limpios. Cuando su semblante está dibujado dentro, los ojos captan pronto

al Señor. Sin embargo, no es el discípulo amado el protagonista de la escena.

Enseguida interviene Pedro. Era él quien había tenido la iniciativa de ir a

pescar y ahora, movido por su carácter impulsivo y por su gran amor al Señor,

no vacila en lanzarse al agua para ir adonde él estaba. Será también Pedro

quien saque las redes con la pesca milagrosa y el interlocutor de Jesús en

el diálogo que sigue al almuerzo a las orillas del lago.

      Es muy significativa la actitud de los discípulos que "no preguntan

quién era, sabiendo muy bien que era el Señor". Los Hechos de los Apóstoles

dicen que Jesús se les apareció "durante muchos días" Hech. 13,10, pero da la

impresión de que no acababan de acostumbrarse a este modo de presencia del

Señor. Este les prepara el almuerzo, se los da, les hace participar

pidiéndoles algo suyo. Se diría que emplea todos los medios para entrar en

comunicación con ellos, pero ellos parece que no acaban de convencerse. En

la aparición del cenáculo "los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor"

(Jn 20,20) y también sin duda en esta ocasión, pero no acababan de hacerse

a este nuevo modo de estar el Señor con ellos.

 

      "Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió y lo mismo el pescado".

Es el mismo gesto de la multiplicación de los panes y de la institución de

la Eucaristía. Se diría que con este gesto Jesús ha querido educar a sus

discípulos para que lo reconozcan en el nuevo modo de presencia con que él

estará para siempre en su Iglesia. La Eucaristía, celebrada en la Iglesia,

es el signo por excelencia de su manifestación de su presentarse ante los

Discípulos a partir de entonces. Cada vez que coman y beban el cuerpo y la

sangre del Señor en la Eucaristía, renovarán el misterio de Cristo, muerto

y resucitado, y él estará presente en medio de ellos como don de vida en el

signo del pan y del vino.

      Después de la comida viene en el evangelio el diálogo de Jesús con

Pedro. Con la triple respuesta de amor, Pedro borra la triple negación de su

momento de debilidad. Pedro ya no se escandaliza de su propia fragilidad,

pero sobre todo no se escandaliza de la cruz de Cristo. Como buen discípulo

se apresta a tomar la cruz y a caminar tras el Maestro: Pedro se había ceñido

el vestido para ir en busca del Señor a la orilla del mar. Ahora Jesús le

anuncia que otro le ceñirá indicando con qué muerte iba a glorificar a Dios.

Jesús le había mostrado ya el camino con el gesto de ceñirse para servir ("se

puso a lavarles los pies a los discípulos" Jn 13,5) Ahora Pedro debe com-

prender que su misión de servicio en la Iglesia le llevará hasta el martirio.

 

                             Jesús en Nazaret

 

      También María y José tuvieron que acostumbrarse al nuevo modo de pre-

sencia de Dios entre los hombres cuando vino a "visitarnos" en Jesús.

      El israelita sabía que Dios "está en el cielo" y que el templo de Je-

rusalén era el lugar de la manifestación de su presencia. Por eso hacia ese

lugar convergía toda la actitud religiosa del pueblo de Israel. Los profetas

habían expresado con términos muy claros que Dios está por encima de los

lugares que él mismo elige para manifestarse: "El cielo es mi trono y la

tierra el estrado de mis pies: "¿Qué templo podréis construirme o qué lugar

para mi descanso?" Is 66,1 "No os hagáis ilusiones con razones falsas

repitiendo: el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor"

Jr 7,4 El mismo Salomón que construyó el primer templo oró así: "Ahora, pues,

Dios de Israel, confirma la promesa que hiciste a mi padre David, siervo

tuyo. Aunque, ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el

cielo y en lo más alto del cielo, cuánto menos en este templo que he cons-

truído I Re 8,27.

      Aun así los judíos seguían pensando en Jerusalén como lugar de la

presencia de Dios. "Vosotros (los judíos) decís que el lugar donde hay que

celebrarlo está en Jerusalén" dijo a Jesús la Samaritana (Jn 4, 20). "Sus padres

(María y José‚) iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua" Lc 2,41.

      Pero cuando a María "le llegó el tiempo del parto "y dio a luz a su

hijo primogénito" (Lc 2,7), todo cambió. "La Palabra se hizo hombre, acampó

entre nosotros y contemplamos su gloria" Jn. 1,14.  "El es imagen del Dios

invisible" Col 1,15. "Dios, la plenitud total, quiso habitar en él" Col 1,19.

      El tiempo de Nazaret es como los "muchos días" en que Jesús se mani-

festó a sus discípulos después de la resurrección, es un tiempo de aprendizaje

al nuevo modo de estar Dios-con-nosotros. Es un ir acostumbrando los ojos a

la nueva luz.

      La acogida generosa dispensada por María y José‚ al Dios que había ve-

nido para liberar a su pueblo (Lc 1,68), preparó el tiempo en que "no daréis

culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén... Pero se acerca la hora,

o mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto auténtico, darán culto

al Padre con espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que lo

adoren así" Jn 4,22-23.

      La experiencia de María va aún más adelante puesto que ella vivió tam-

bién de cerca el misterio pascual y los primeros tiempos de la Iglesia post-

pentecostal.

 

                        En el tiempo de la Iglesia

 

      "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción

litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del

ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que

se ofreció en la cruz, sea sobre todo en las especies eucarísticas. Está pre-

sente con su virtud en los sacramentos, de modo que cuando alguien bautiza

es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en

la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último

cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están

dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)

S.C.7.

      Estamos en una nueva fase de la economía de la salvación. Cristo, como

a los apóstoles en la orilla del lago, como a María y José‚ en Nazaret, se nos

presenta en un modo nuevo. Ahora, en el tiempo de la Iglesia, se nos presenta

bajo múltiples formas. Pero como en Nazaret o como en la orilla del lago de

Tiberíades, lo primero que necesitamos para reconocerlo es la fe y lo segundo

es el impulso del amor para seguirlo dando la vida por los demás.

      María y José‚ vivían, como Juan el apóstol, con el corazón despierto,

y cuando Dios se presentó en su vida en un modo inesperado y sorprendente (a

José‚ en sueños, a María a través de un mensajero celeste), ellos en seguida

supieron reconocerlo, supieron también que era "el Señor".

      A la luz del evangelio de hoy, la vida de Nazaret nos enseña a vivir

en nuestro tiempo atentos al Señor que se presenta de mil modos en nuestra

vida y a dar el paso generoso de seguirlo hasta el fin.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario