sábado, 14 de mayo de 2022

Ciclo C - Pascua - Domingo V

 15 de mayo de 2022 - V DOMINGO DE PASCUA - Ciclo C

 

"Amaos como yo os he amado"

  

Hechos 14,21b-26

 

      En aquellos días volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a

Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe

diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios.

      En cada iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomen-

daban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a

Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para

Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que

acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la comunidad, les contaron lo que

Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la

puerta de la fe.

 

      Apocalipsis 21,1-5a

 

      Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo

y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe.

      Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, en-

viada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.

Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios

con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará

entre ellos.

      Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni

llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado

en el trono dijo: "Ahora hago el universo muevo".

 

      Juan 13,31-33a.34-35

 

      Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:

      - Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él.

(Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo:

pronto lo glorificará).

      - Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros.

      - Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he

amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os

améis unos a otros.

 

Comentario

 

      Para adentrarnos en el significado del gran mandamiento del amor, será

conveniente situarnos en el contexto en que fueron pronunciadas las palabras

que lo expresan. Fue durante la noche de la última cena, y en la perspectiva

más amplia, en el contexto de toda la vida de amor y entrega a los demás de

Jesús. Podemos verlo también a la luz de la nueva alianza establecida en su

persona mediante la efusión del Espíritu Santo.

      En la tarde del jueves santo, estableciendo una clara conexión con la

pascua judía, memoria de la liberación de Egipto y de la alianza del Sinaí,

Jesús celebra con sus discípulos la cena de la nueva alianza, anticipación

del sacrificio que tendría lugar al día siguiente. Hacia el final de la cena,

Jesús da a Judas con el bocado de honor, la prueba de su amor y la

confirmación de haberlo elegido, como a los otros once, para ser apóstol...

Pero en aquel momento terminó de fraguarse en su corazón la traición hacia

su maestro. "Judas tomó el pan y salió inmediatamente. Era de noche". Jn.

13,30.

      Y precisamente en aquella noche oscura de la traición, Jesús pronuncia

las palabras del mandamiento del amor. "La luz brilló en las tinieblas" Jn

1,5. Precisamente en la oscuridad del pecado, Dios manifiesta su amor infi-

nito y revela su gloria, es decir, su divinidad en su Hijo hecho hombre. Es

el momento en que "acaba de manifestarse la gloria de este Hombre y por Él

la de Dios".

      La "hora" de Jesús es el momento de su pasión, muerte y resurrección.

En el camino hacia esa "hora" Jesús manifiesta su gloria y revela el amor de

Dios "que ha amado tanto a los hombres...".

      El misterio pascual descubre la perspectiva completa de la vida terrena

de Jesús. A su luz, la encarnación, su vida pobre y sencilla, todos sus

gestos de ayuda, de afecto, de entrega, todas sus palabras, todos los

milagros brillan con un amor total y desinteresado. "Si os amáis, todos

sabrán que sois mis discípulos". No haréis más que calcar en vuestra vida lo

que ha sido un gesto permanente en la mía.

      El mandamiento del amor es la ley de la nueva vida de los creyentes en

Cristo. Pero la exigencia de esta ley viene precedida por el don del Espíritu

Santo en el corazón del creyente. Lo que exige el mandamiento (un amor como

el de Cristo) viene anticipado como don y como gracia (el amor de Cristo nos

es dado por el Espíritu Santo). De este modo todo cristiano puede decir con

San Agustín: "Dat quod jubes et jube quod vis" (Dame lo que me mandas y

mándame lo que quieras") Confesiones X, 29,40.

O como Santa Teresa de Lisieux: "­Cuánto amo, Señor, tu mandamiento! Me da

la certeza de que tú quieres amar en mí a todos aquellos a quienes me mandas

amar".

 

                              Amor en Nazaret

 

      La vida en Nazaret es una realidad marcada ya por la nueva alianza. De

algún modo la "hora" de Jesús y la efusión del Espíritu Santo tuvieron allí

ya su anticipación.

      El mandamiento nuevo, coherente con la realidad de gracia de la nueva

alianza, se vivió ya en Nazaret.

      María fue llamada ya desde el principio al amor total, a poner toda su

persona a disposición de Dios, a vivir para Jesús y José y después para la

Iglesia naciente y de todos los tiempos. Ella, la llena de gracia.

      José‚ aceptó plenamente entrar en el plan de salvación, renunciando a

su propio proyecto de vida. Su existencia fue un servicio continuo a la

familia. Cuando Jesús dijo: "como yo os he amado", en ese "os" bien pueden

entrar también María y José.

      Pero lo que constituye la naturaleza nueva del amor cristiano es la

fuente de donde ese amor nace. Es el Espíritu Santo infundido en el corazón

del creyente. Es Él quien lo mueve a amar con un amor que va más allá de las

posibilidades del corazón humano porque procede del mismo Dios.

      Si esto es así, no podemos dudar de que en Nazaret esa realidad del

amor de Dios, derramado en el interior de las personas se desarrolló en un

dinamismo inimaginable.

      Además, el amor de Nazaret no se cerró en una felicidad idílica de

donación recíproca. El Nazaret de los treinta años se abrió como una semilla

madura, cayó y se deshizo para que pudiera brotar una comunidad más grande,

un Nazaret nuevo, no circunscripto ya por el espacio ni por el tiempo.

      Desde el núcleo del amor de Nazaret avanzó Jesús hacia su "hora" para

abrir de par en par las puertas del Espíritu Santo a todos los hombres.

 

Vivir el amor

 

      El pueblo de la nueva alianza vive en el amor ante todo como un don de

Dios, como fruto de la actividad del Espíritu Santo que habita en el corazón

del creyente. Esta situación de amor creada por Dios en el íntimo de la

persona es el origen de todo el dinamismo cristiano, que se manifiesta en los

mil modos de su actuar. La caridad puede así ser llamada la nueva ley o la

ley de la nueva alianza. "Nueva" por su contenido, pero "nueva", sobre todo,

por el modo como viene actuada.

      La ley antigua fue dada al hombre desde el exterior, quedando su co-

razón inmutado. La nueva ley primero es realizada en el corazón del creyente

y sólo después es exigido su cumplimiento. Es una ley "no escrita con tinta,

sino con Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de

carne, en el corazón" 2 Cor. 3,3.

      Si no fuera así ni siquiera el mandamiento de Jesús -"Amaos los unos

a los otros como yo os he amado"- podría llamarse completamente nuevo, pues

quedaría desconectado de la lógica de la nueva alianza.

      El amor cristiano brota del fondo de la persona. Y no sólo como pro-

yección de los estratos más íntimos de su personalidad, sino como mani-

festación de lo que Dios ha operado en ella.

      Esta es la realidad que da verdadero peso al amor cristiano.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario